La Maldición de la Mansión Holloway
Una fría noche de octubre, un grupo de amigos decidió visitar una casa abandonada en las afueras del pueblo. La casa, conocida como la Mansión Holloway, tenía una siniestra reputación. Durante décadas, los lugareños habían contado historias de desapariciones y apariciones fantasmales, pero los cinco amigos, ansiosos por vivir una experiencia emocionante, no hicieron caso a las advertencias.
María, la más intrépida del grupo, lideraba el camino. Junto a ella estaban Lucas, Clara, Andrés y Sofía. Armados con linternas y una cámara, cruzaron el umbral de la mansión. La puerta, vieja y rechinante, se cerró de golpe tras ellos, enviando un escalofrío por sus espinas.
Dentro, el aire era denso y frío, y una oscuridad casi tangible los rodeaba. Los amigos comenzaron a explorar, riendo nerviosamente para ocultar su creciente inquietud. Los primeros minutos transcurrieron sin incidentes, pero pronto se dieron cuenta de que no estaban solos.
Lucas fue el primero en notar algo extraño. Mientras examinaba un antiguo retrato en el pasillo, sintió un aliento helado en su nuca y escuchó un susurro apenas audible: "No deberías estar aquí". Se giró bruscamente, pero no había nadie. Pensó que solo era su imaginación y decidió no decir nada.
Mientras tanto, María y Sofía encontraron un viejo libro de registros en la biblioteca. Al abrirlo, descubrieron que estaba lleno de nombres, todos ellos con fechas de nacimiento y defunción. Lo más inquietante fue que las fechas de defunción coincidían con visitas a la mansión. Sofía dejó caer el libro, sus manos temblaban. "Tenemos que irnos", dijo con voz trémula.
En el sótano, Clara y Andrés descubrieron un altar improvisado, cubierto de velas derretidas y símbolos extraños. Antes de que pudieran investigar más, escucharon pasos en las escaleras. Apagaron sus linternas y contuvieron la respiración. Los pasos se acercaron cada vez más, hasta que se detuvieron justo frente a ellos. De repente, la linterna de Clara se encendió sola, revelando una figura espectral con ojos vacíos y una sonrisa maligna.
Los gritos de Clara y Andrés resonaron por toda la casa. María, Sofía y Lucas corrieron hacia el sótano, pero cuando llegaron, sus amigos habían desaparecido sin dejar rastro. Desesperados, comenzaron a buscar una salida, pero la mansión parecía haber cambiado. Los pasillos se alargaban interminablemente y las puertas que antes conducían al exterior ahora estaban cerradas con fuerza.
Mientras corrían por la casa, las paredes parecían susurrar y gemir, y sombras fantasmales se deslizaban por su periferia. Finalmente, llegaron a una habitación que no habían visto antes. En su centro había un espejo grande y antiguo. Al acercarse, vieron reflejadas no solo sus propias imágenes, sino también las de Clara y Andrés, parados detrás de ellos con expresiones de terror y desesperación.
De repente, una fuerza invisible los arrastró hacia el espejo. María gritó mientras sentía que su cuerpo era absorbido por el cristal. Sus gritos se desvanecieron en un eco, y la habitación quedó en silencio.
A la mañana siguiente, la mansión Holloway se veía tan desolada y vacía como siempre. Ningún rastro de los cinco amigos quedó, salvo el libro de registros en la biblioteca. Una nueva página había sido añadida, con cinco nuevos nombres y fechas de defunción: la noche anterior.
Desde entonces, los lugareños dicen que si uno se acerca lo suficiente a la mansión en una noche oscura, puede escuchar los gritos de los atrapados en el espejo, pidiendo ayuda, pero nunca escapando.
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